CUANDO LOS NIÑOS DAN LECCIONES
Hace
unas semanas un puñado de adultos conversábamos en una plaza, mientras seis u
ocho niños jugaban no muy lejos de nosotros. Nuestra conversación se vio
interrumpida por una canción que ellos habían iniciado inesperadamente.
Enseguida una de las madres dijo alarmada: “Ya se están pegando”. Nos acercamos a ellos y pudimos observar cómo los dos que se peleaban,
con la cabeza baja, estaban rodeados por el resto del grupo que les cantaba
así: “No hay motivo, no hay motivo para
pelear, nada de peleas, nada de peleas, que hay que hablar, que hay que hablar.
Si hay motivo, si hay motivo para pelear, manos al bolsillo, manos al bolsillo
que hay que hablar”. Me dijeron que solían hacerlo siempre porque se lo había
enseñado la maestra de infantil, así como otras cancioncillas para reforzar
entre ellos sus conductas positivas.
La
lección estaba servida: el diálogo es el mejor camino para superar las
discrepancias y evitar las peleas. Pero ¿cómo aprender a dialogar? En la medida
que acrecentamos nuestra capacidad de escucha atenta y de palabra ajustada, el
diálogo brotará espontáneo. No surge como por arte de magia, ni es una
habilidad que se improvisa, sino que hay que cultivarla con esmero y es fruto
de una sincera apertura hacia el otro. En estos tiempos escasea el diálogo
porque no cultivamos suficientemente el arte de la escucha atenta y de la
palabra ajustada. Por el contrario la “incontinencia verbal” si que está bastante
generalizada. Personas que hablan y hablan y cuando parecen escuchar, solamente
están tomando un respiro para intervenir de nuevo, sin importarle lo que dice
su interlocutor.
El justo
equilibrio entre saber escuchar y saber hablar produce el milagro del diálogo.
Y es que también el saber escuchar es la mejor manera de asegurar la eficacia
de la palabra, que siempre será mejor recibida cuando va acompañada de una
paciente escucha. Aprender a escuchar y a hablar también es una manera de
colaborar con la felicidad del otro. Por eso un hurra por la maestra de
infantil de aquellos niños.
Jesus Moreno Ramos
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